10 de octubre de 2019 ECUADOR

Colegio Fisco-misional Plurilingüe Abya Yala

La primera comunidad marista de Sucumbíos estuvo conformada por los HH. Laurentino Albalá (Superior), Arcadio Calvo y Wilson Torres. Se fundó en septiembre de 1997 y fue fruto del discernimiento provincial de la antigua Provincia Marista de Ecuador, buscando estar cerca de los más pobres y necesitados de ese país: los pueblos indígenas de la Amazonía.

Inicialmente, los hermanos vivimos durante ocho años en una casa propiedad del Vicariato Apostólico de Sucumbíos, en el km. 20 de la carretera que va de Quito a Lago Agrio, en ese tiempo casi totalmente de tierra. Lago Agrio es la capital de la provincia ecuatoriana de Sucumbíos. El Equipo Misionero se llamaba “EPI Aguarico” (Equipo de Pastoral Indígena del rio Aguarico), por pasar dicho afluente amazónico a unos dos kilómetros de la propiedad, perteneciente a ISAMIS, siglas de “Iglesia de San Miguel de Sucumbíos”. El rio Aguarico, ya navegable en canoa desde Sucumbíos, se transforma en el caudaloso rio Napo al entrar en Perú y luego en el Amazonas, cruzando todo el norte de Brasil y desembocando en el océano Atlántico, después de 7.062 km.

Como era muy normal en aquella época, las comunidades misioneras en ISAMIS eran mixtas: conformadas por religiosos y religiosas de distintas congregaciones, incluidos laicos y laicas afines a sus mismos carismas y ministerios. El EPI Aguarico estaba compuesto por misioneros de dos congregaciones religiosas: los Hermanos Maristas y las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón, congregación de origen mexicana fundada en Guadalajara (México), y junto a ellos siempre hubo en la comunidad laicas y laicos voluntarios, procedentes de los dos carismas. Vivíamos en dos casas, una para los hermanos y otra para las hermanas, a pocos metros de distancia, dentro de una propiedad de unas cuatro hectáreas de terreno, suficiente para un pequeño criadero de cerdos, gallinas ponedoras y plantaciones de cacao y bananos, intentando sustentarnos económicamente. La austeridad de vida era la norma de todos los equipos misioneros del Vicariato. 

En ese momento, había cinco pastorales en el Vicariato Apostólico de Sucumbíos: Pastoral Indígena, con cinco etnias (kichwas, shuars, cofanes, sionas, y secoyas), Campesina, Negra y Urbana, esta última destinada exclusivamente al pequeño núcleo urbano de Lago Agrio, capital de Sucumbíos, provincia ecuatoriana colindante con Perú y Colombia. Los EPIS estaban encargados de la Pastoral Indígena de una zona muy grande, casi 20.000 kilómetros cuadrados. Había tres equipos de Pastoral Indígena: el EPI Aguarico, el EPI San Miguel y el EPI Lago Agrio, con un total de doce-quince misioneros y misioneras: sacerdotes, hermanos/as y laicos/as; además de otras personas que venían a vivir experiencias temporales en alguno de los equipos.

La provincia ecuatoriana de Sucumbíos es famosa por haber pasado – en solo 60 años – de ser habitada únicamente por las cinco etnias indígenas, sin casi ningún contacto con mestizos y blancos del resto del país y menos de los países vecinos, a una invasión sin contemplaciones de otra civilización “mishu” (blanco-mestiza), afanosa por la explotación del petróleo que los aviones de la Texaco Oil Company (USA) habían detectado en esta la zona en los inicios de los años 1960. Pronto, la Texaco y otras compañías asociadas se adueñaron de toda la zona con el permiso del gobierno de Ecuador: perforaron pozos petroleros, levantaron carreteras de tierra y más tarde de asfalto cruzando las altas cumbres de la cordillera de Los Andes, construyendo el Oleoducto de Crudo Pesados (OCP), de 485 km de largo, con una capacidad total de transporte de 450.000 bidones de petróleo diarios, que llegaba hasta las refinerías de Esmeraldas, en la costa pacífica, sin respetar los terrenos sagrados que, por cientos de años, fueron solo de los indígenas. Muy pronto miles y miles de pobres ecuatorianos de la costa y de la cordillera de los Andes se desplazaron a Sucumbíos y alrededores para enrolarse como trabajadores en la Texaco o para buscar tierras de cultivo propias, pues tanto en la costa como en la sierra ecuatoriana las mejores tierras pertenecían a los grandes terratenientes de los tiempos de la conquista y a sus descendientes. Con el proceso de perforación de los pozos petroleros y sus humos, los derrames de petróleo, la llegada de grandes y pesados camiones, etc., se fueron contaminando pronto las aguas y las tierras, desaparecieron los peces de los ríos y, con los cazadores furtivos, también los animales de cacería… y llegó también la “civilización” del alcohol, los burdeles, las peleas, asesinatos y la destrucción de la Amazonía.

Las ancestrales civilizaciones indígenas no supieron adaptarse a ese “nuevo mundo” que les invadía, donde los ancianos y los shamanes (sabios) ya no contaban para nada, los hijos ya no obedecían a sus padres y se daban toda clase de abusos sexuales, robos y expropiaciones de tierras, adicción al alcohol, asesinatos… por parte de los nuevos colonizadores. Sí, llegaron las escuelas, pero siempre desde una perspectiva occidental, colonizadora… con maestros sin vocación que entraban en las comunidades indígenas el martes para marcharse el jueves por la tarde y que no tenían en cuenta los saberes y valores de las culturas ancestrales indígenas.

La Iglesia Católica llegó pronto, envuelta en los aires nuevos del Concilio Vaticano II: una Iglesia Pueblo de Dios, comprometida con los más pobres y desamparados, dialogante, denunciadora de las injusticias. Los Carmelitas Descalzos fueron asignados como misioneros responsables de la zona, con la ayuda de otras congregaciones religiosas como los Hermanos Maristas y las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón. Como obispo, fue designado el carmelita descalzo, Mons. Gonzalo López Marañón, imbuido de un talante muy alegre, fraterno y comprometido con la opción preferencial por los más pobres: una Iglesia viva, festiva, valiente, denunciadora de injusticias…

Los líderes indígenas de la zona pidieron a la Pastoral Indígena de San Miguel de Sucumbíos que les ayudara a tener una “educación intercultural indígena” de calidad, para que sus hijos e hijas pudieran afrontar un futuro digno sin perder sus valores tradicionales. Y el Sr. Obispo pasó este encargo a los Hermanos Maristas. Como el colegio tenía que ser mixto – adolescentes y jóvenes de ambos sexos – y con internado – ya que la mayoría de las comunidades indígenas vivían dispersas por la selva y las distancias eran muy grandes – se vio la necesidad de un colegio internado.

Los Hermanos Maristas y las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón, de acuerdo con sus Superiores, aceptaron el reto y empezaron a diseñar el proyecto “Colegio Fisco-misional Plurilingüe Abya Yala”, nombre que proviene de la lengua indígena “kuna” de América Central y que significa “tierra madura, viva, florecida” y es sinónimo del continente americano.

Buscar la financiación de tamaña obra, con sus costos, no era una tarea fácil. El colegio sería del Vicariato Apostólico (ISAMIS), pero éste no tenía el capital económico para construirlo y sostenerlo gratuitamente. Entonces, al Sr. Obispo se le ocurrió que quizás “OCP Ecuador” (Oleoducto de Crudos Pesados), la empresa constructora y mantenedora del oleoducto, que transportaba el petróleo de la selva amazónica hasta el puerto de Esmeraldas en el Pacífico, pudiera ayudarnos. El diálogo no fue fácil, pues la construcción del Colegio Internado era costosa, ya que, según el plano propuesto, se quería que cada etnia indígena tuviera su propio edificio dormitorio y sala de estar para conservar su cultura. Después de muchos diálogos, se logró el acuerdo económico. El proyecto costaría dos millones de dólares y OCP lo aceptó: era su proyecto bandera.

Luchando a contrarreloj, el 1 de septiembre de 2005, pudo iniciar el primer grupo de 60 estudiantes de las cinco etnias indígenas de Sucumbíos. Desde entonces, han pasado ya por el Colegio Abya Yala alrededor de 1.000 estudiantes indígenas. La gran mayoría de los alumnos son internos y viven en su hogar cultural propio, según su etnia. Hoy en día (2019), de los 165 estudiantes matriculados, 110 viven en las residencias estudiantiles, en medio de la naturaleza, y los demás son externos y se desplazan todos los días desde Lago Agrio, capital de la provincia, a 10 km de distancia.

La comunidad Abya Yala de Sucumbíos es un lugar privilegiado donde siempre hay voluntarios nacionales e internacionales para ayudar desde un mes a varios meses o años enteros a nuestros jovencitos indígenas de las cinco etnias o nacionalidades amazónicas ecuatorianas, como se les llama en Ecuador a los kichwas, shuars, cofanes, sionas y secoyas.

Conformada por los Hermanos Maristas y las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón, la comunidad sigue al frente del Colegio, por el que han pasado ya más de un millar de estudiantes indígenas, valorando y enriqueciéndose con sus culturas, al mismo tiempo que se preparan para afrontar un futuro más prometedor para sus familias y nacionalidades indígenas.

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