De un puesto para María en el Instituto a un puesto con María en la Iglesia
La Casa general celebraba la fiesta de san Marcelino Champagnat. Era el sábado 5 de junio de 2010. Los Superiores decidieron adelantar la celebración un día porque el 5 era sábado. Invitaron a las hermanas maristas, a las misioneras maristas y a los padres maristas. Participaba también como invitado a la fiesta todo el personal que trabaja con los hermanos en la casa y algunos amigos y vecinos con los que hay relación desde hace años: trapenses, hermanitas de Foucauld, etc. Estaba a punto de comenzar la misa en la iglesia mayor. Me atrajo la figura de María, en el retablo central, por la iluminación. Destacaba hermosa y radiante. A sus pies Champagnat, arrodillado, junta sus manos en actitud de interiorización. Con la fiesta se palpa el misterio y se dilata el mito. Estamos en una capilla dedicada a María. Ella ocupa el centro, sentada, acogiendo en su regazo, como en un trono, a su hijo. Los signos describen su maternidad. Jesús niño, desnudo, sentado, apoyando su cabeza en el corazón de la madre, preside la escena. Cuatro robustas piedras, incrustadas en los ángulos de los muros, soportan la cúpula. Esas piedras recuerdan los cuatro grandes privilegios de María: Madre de Dios, Medianera, Inmaculada y Asunta. A la izquierda, junto al órgano, en bajo relieve de tierra cocida, está representado el ángel mensajero de la Palabra que anuncia a María. A derecha, representada con una composición escultórica similar, María escucha y acoge el Verbo en su seno. Entre la representación del ángel, que anuncia, y de María, que concibe, se enmarca toda la dinámica espiritual del altar en el que la Palabra es proclamada, celebrada y comida en un banquete de hermanos. La Palabra, que se hizo carne en las entrañas de María, habita entre nosotros.Pensé que la anunciación a María tenía una continuidad plástica en el retablo central de la iglesia y me remitía a algunos capítulos de la historia de nuestros orígenes. En efecto, Marcelino, en sus años de seminario, se declaró ?esclavo de María?. María es para Marcelino el modelo de fidelidad al Señor. Y Marcelino a su vez concibe en su corazón por obra del Espíritu Santo la familia de los hermanos. Esta vivencia de nuestro fundador se me antoja un referente clarísimo del rostro mariano de la Iglesia. La vida interior de Marcelino está guiada por la aplicación concreta del principio mariano de la Iglesia.Los maristas de Champagnat, hermanitos de María, fueron concebidos por Marcelino durante el tiempo de su formación en el seminario. Aquel tiempo de formación interior fue un tiempo de anunciación. El ángel del Señor le anunció a Marcelino, como a María, y él concibió a los hermanos por obra del Espíritu Santo. Esta gestación se consuma en un momento de vaciamiento interior que genera un seno materno de disponibilidad total a la voluntad de Dios. La nueva célula de Iglesia fecundada por el carisma marista es el origen de su intuición: necesitamos hermanos. Allí fuimos engendrados por el carisma de Champagnat todos los maristas. Nace así la Iglesia integrada por los creyentes maristas que optan por vivir su fe y su consagración a Dios en comunidad de hermanos.El carisma marista acogido con total apertura en el corazón de Marcelino produce un primer fruto eclesial: el inicio de una familia de creyentes que se congregan como hermanitos de María. ?Este carisma fue una gracia para Marcelino, un regalo especial del Espíritu, el fruto de su propio discernimiento sobre lo que Dios pedía de él. Por medio de ese proceso fueron llegando las intuiciones que clarificaban y daban un sentido integrador a lo que en ese momento era lo más importante para él, una idea creciente del rumbo a tomar, la identificación con una manera específica de vivir en unión con Cristo. De aquí emanaba esa fuerza interior, su propia espiritualidad, y la orientación hacia un apostolado centrado en la educación cristiana de los jóvenes, en particular de los menos favorecidos?(1) . En una agrupación de seminaristas en la que los proyectos de futuro se conciben guiados preponderantemente por el principio petrino de la Iglesia, resalta la actitud de Marcelino, que iluminado por una intuición guiada por el principio mariano, propone insistentemente promover la participación de los fieles laicos como presencia imprescindible en el proyecto de la Sociedad de María para que resulte completo. Si faltan los hermanos falto algo esencial en el proyecto. Su intuición se expresa en la frase ?necesitamos hermanos?. Esta actitud existencial de Marcelino en la que destaca la necesidad de creyentes de base en un proyecto eclesial suscitado y animado por clérigos pone de manifiesto la profundidad con que Marcelino capta el misterio de la Iglesia. Podemos afirmar que en su concepción prevaleció el principio mariano sobre el principio petrino. En una organización de sacerdotes consideró que eran indispensables los hermanos. Marcelino no elaboró teorías teológicas en torno al principio mariano, ni lo conoció como dato teológico, sino que lo puso en práctica y lo hizo vida adelantándose proféticamente a los tiempos por venir. La lógica de esta anunciación, experimentada durante el tiempo de formación como seminarista, tiene su momento complementario cuando Champagnat da a luz su proyecto en La Valla. Entre estos dos extremos cronológicos adquiere perfecta unidad el Nazaret del seminario y el Belén de La Valla. El Nazaret del seminario propone abundantemente la Palabra anunciadora. El ángel del Señor se comunica con Marcelino a través de la Palabra anunciadora de sus profesores, directores espirituales, confesores y compañeros de seminario. El Logos, el Verbo de Dios se hace carne en el corazón de Marcelino. Este origen eclesial de nuestro Instituto marca a los hermanos en los fundamentos de la propia identidad. Hemos nacido en la Iglesia, de la Iglesia y para la Iglesia en las entrañas de un sí que se adhería a una nueva encarnación de la Iglesia en medio de un mundo desquiciado por la Revolución francesa. Si la primera célula de la Iglesia fue Jesús hecho hombre por el sí de María, la fecundidad de nuestra vida como maristas, que dicen sí a Dios, no puede ser sino una nueva célula de Iglesia que introduzca la fraternidad en medio de un mundo roto y alejado de Dios.A los hermanos, este origen, directamente relacionado con el principio mariano de la Iglesia, nos compromete a promover, defender y amar una Iglesia que vive en la vanguardia de la gestación de la fe, en puestos de frontera en la evangelización y la catequesis. La Iglesia madre ha concebido, a través del seno materno, que anidó en el corazón de Marcelino, una nueva comunidad de fe caracterizada por ser hermanitos de María. Nacidos como expresión clara de la maternidad de María en la vida de Marcelino la Institución es un rasgo destacado del rostro mariano de la Iglesia. Ser hermano entre hermanos manifiesta una característica peculiar del rostro mariano de la Iglesia. Fomentar la fecundidad de la Iglesia mediante la difusión de la fraternidad entre los hombres y mujeres de hoy pone de manifiesto que el marista hace resplandecer el rostro mariano de la Iglesia. Vivir en fraternidad donde caben razas, lenguas y naciones es mostrar un rostro mariano de la Iglesia de Jesús.El retablo de la iglesia mayor de la Casa general se me antoja, pues, una apoteosis de la anunciación de María a Marcelino. La mirada de la Madre deposita la Palabra en las manos juntas, orantes de Marcelino. La actitud de Marcelino, de rodillas, totalmente dirigido a la Madre, con actitud de acogida y la mirada encaminada hacia lo alto es la descripción plástica del total vaciamiento de Marcelino, de la total disponibilidad, hecho seno materno y paterno, en el que nace la nueva comunidad de creyentes, que se llamará de hermanitos de María. En el centro Jesús, el Señor, Verbo hecho carne en las entrañas de María es el que armoniza y da sentido a todo lo que ocurre.Cinco ángeles proclaman la fiesta interior. Dos de ellos son músicos y tres son cantores. Ángeles custodios y mensajeros de los cinco Continentes en los que está llamada a realizarse la fecundidad de los hijos de Champagnat. Cinco bocas universales que gritan un magníficat por las maravillas que Dios ha obrado en María y en Marcelino. Cinco ángeles que convocan a todas las diócesis del mundo donde se hace patente la fraternidad nacida del carisma marista. Cinco testigos de los rasgos marianos de la Iglesia encarnada en los maristas.___________AMEstaúnEste escrito forma una unidad con los artículos publicados los días 5, 20 mayo y 20 de junio de 2010.
1. Charles Howard, Circulares T 29 (1990) p. 252