Me he comprometido en el camino de los hermanos ancianos
Cuando llegué a Genval hace doce años, yo creía que la espiritualidad era una manera de vivir a partir de una visión espiritual de la vida. Desde entonces he ido tomando conciencia de que la espiritualidad es también una manera de morir. He descubierto que el sentido que uno da a la propia vida, los valores a los cuales uno se adhiere, así como la trascendencia que nos pone en relación con Dios, permiten a los religiosos definirse espiritualmente y esto se realiza en el envejecimiento y la preparación a la muerte. Quisiera compartir con vosotros esta evolución que ha habido en mi pensamiento.
Lo que es espiritual suscita un impulso vital y da una perspectiva. Más allá de una piedad individual, de una participación comunitaria en la oración, yo creo ahora que la espiritualidad de un hermano anciano o que sufre una enfermedad, se traduce en su comunión con la comunidad. De esta manera, la taza de café bebida juntos, la admiración ante el medio ambiente que nos rodea, compartir un instante de felicidad, el “gracias” sintetizado en un gesto, la mirada con humor o un guiño de ojos, todo esto se transforma en signo de una profunda espiritualidad. Cuando los hermanos expresan su reconocimiento, su alegría, cuando su mirada se ilumina evocando los recuerdos de sus maestros, de sus hermanos, de sus antiguos alumnos, de sus amigos o familiares, es una buena traducción del sentido que han dado a su vida.
Confrontado con el envejecimiento o la enfermedad, el hermano se encuentra nuevamente, tal vez, en la misma situación vivida en el momento del cierre de una escuela: por un lado, la impotencia, por otro lado, la búsqueda de culpables. Y entre ambos extremos la invitación a reconocer la verdad para no convertirse en una avinagrado. Una vez que ha pasado esta etapa, una vez que la persona o el paciente ha sobrellevado y dominado el duelo, encuentra un equilibrio estable. A veces es penoso vivir este duelo tanto más cuanto que los duelos se multiplican: abandono de su apostolado, de su comunidad, de sus amigos, de sus antiguos alumnos, la muerte de los miembros de su familia… Una vez que se ha superado esta etapa de duelo-rebelión, el hermano acepta sus nuevos límites, conservando toda su dignidad y su independencia. Entonces cualquier persona resucita a la vida aunque sea anciano, discapacitado, esté enfermo, postrado en cama o incluso aunque sus días estén contados.
Partiendo de esta larga introducción no es difícil ver el camino que yo he tenido que recorrer. Dejando una juventud muy activa, abandonando un ritmo de vida que me gustaba, un orden que yo imponía, he tenido que aprender a callarme, a aceptar, a escuchar, a estar presente, a rezar con y por… Dominar una cierta agitación, un cierto entusiasmo, y al mismo tiempo no tener más fines de semana, días libres, vacaciones. Administrar, crear un ambiente de cualidad. Tenía que implicarme por completo junto a nuevos hermanos y vivir un renacimiento purificador respecto a mí mismo, porque yo tenía mis heridas, yo vivía un desengaño en contacto con los hermanos ancianos, la inercia en relación con una voluntad de cambio, el fracaso de ciertas iniciativas… Esto era mi desierto y yo no podía dejarlo aparecer exteriormente sin correr el riesgo de arrastrar a los otros por la pendiente abajo del pesimismo. Encontré mi equilibro principalmente en el equipo de asistencia médica y en las sesiones de formación de cualidad en las que participé, y también a través de un alejamiento momentáneo de mi trabajo imponiéndome a mí mismo unas vacaciones.
Desde entonces ya podía avanzar mar adentro, me sentía feliz… Estaba en mi vocación de enfermero; podía ayudar a mis hermanos en los caminos sinuosos de la integración en una casa de reposo y de asistencia médica, un camino sembrado de incertidumbres, de negación, de agresividad, de concesiones y discusiones, de depresiones… Seguir a uno u otro por los caminos de la demencia progresiva, el lenguaje de la confusión, escuchar los sueños… Caminar es como salir de la oscuridad de la noche, es necesario un tiempo hasta acostumbrarse a ver el propio camino.
Yo podía sufrir con los que sufren, pasar las horas acompañando a los hermanos en su último viaje. Podía ver de manera positiva mi propia vida personal, mis relaciones, y seguir siendo optimista, podía así superarme a mí mismo.
Pero por encima de todo, me sentía libre para escuchar, todavía una vez más, de día y de noche. Devolver la esperanza, mostrar que el sol se alza cada día, evocar los buenos recuerdos, devolver a estos hermanos que sufren, la fe en un Dios que nos ama.
Para que el religioso pueda desarrollarse psíquicamente y espiritualmente, estoy convencido de que tiene necesidad, como todas las personas, de un ambiente de cualidad, para su higiene, su ropa, el orden de su habitación… Plantas verdes, flores, música, movimiento. Todo esto pide una inversión, pero sobre todo exige implicarse uno mismo.
En el momento en que la duda me invade, o cuando me escapo de la dureza de la vida, contra su injusticia y por nuestra debilidad, cuando uno ya no sabe por dónde tirar o qué hacer, en ese momento Dios me tiende la mano. Él me invita a una oración profunda, me ayuda a decir: “Padre, lo pongo todo entre tus manos”. Oración que yo recito con y por el hermano al que cerraré los ojos dentro de un instante. Gesto con el que mi propia vida se iluminará.
Caminos llanos, caminos de montaña, caminos que exigen esperanza, un horizonte, caminos que vivifican nuestras desesperanzas: son los caminos que yo acepto emprender porque, sencillamente, he hecho de esto mi vida
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Hermano Marcel
Genval – Bélgica