27 de mayo de 2023 ESPAñA

San Marcelino y María… Más allá de una imagen

Al finalizar el mes de María, la Buena Madre, compartimos un texto escrito por el H. José María Ferre, de la Provincia Mediterránea.


El cariño que sentimos hacia María se concreta en cuadros, imágenes, estatuas que, por diversas circunstancias personales, nos atraen o motivan.

No sé si en la casa de Marcelino tenían alguna representación de María. Seguramente que sí la había en la parroquia. Con el tiempo, se fue familiarizando con algunas imágenes marianas.

Sabemos la peregrinación que hizo con su madre al santuario de La Louvesc y al más popular de Nuestra Señora del Puy, muy vinculada a los orígenes de la Sociedad de María.

En sus años como seminarista en Lyon empezaron sus visitas al santuario mariano de Fourvière. Allí, ante la imagen negra de María, se realizó la promesa de los primeros Padres maristas y allí Marcelino recibió la inspiración de fundar los Hermanos maristas. Su biografía nos relata que, cuando llegó a La Valla como joven sacerdote, adecentó la ermita de Nuestra Señora de los Dolores, que estaba abandonada, y allí acudía a desahogar su corazón. La imagen de la Virgen del Hermitage sigue presidiendo la capilla de la casa que Marcelino construyó; sabemos que en su corazón-cofre había dos cintas con los nombres de los hermanos que profesaban y de quienes partían como misioneros.

En alguno de sus desplazamientos, Marcelino encontró una imagen de María, de escayola, fabricada con molde y pintada a mano. Había varios modelos, pero una le gustó, quizá por la expresión de ternura; la compró y la colocó en su despacho. Es la que se ha dado en llamar la buena Madre. Imágenes similares pueden encontrarse todavía en otros lugares, como la parroquia del famoso cura de Ars.

Con todo esto, me inclino a pensar que Marcelino no se identificó con ninguna imagen mariana específica. Cada una de ellas expresaba algo de lo que él sentía por María. En cualquiera de sus imágenes, veía a María como la buena Madre, el recurso al que acudía, el modelo a quien imitar. Marcelino enseñó a sus hermanos a conocer a María, a inspirarse en ella, a imitarla, y hacer lo mismo con los niños de las escuelas. Y aquí veo una apertura de espíritu que no deberíamos perder.

Sabemos que hay grupos religiosos que se identifican y propagan diferentes advocaciones marianas: María Auxiliadora, los salesianos: Perpetuo Socorro, los redentoristas; Buen Consejo los agustinos; o la Virgen del Carmen o de la Merced, etc. También hay congregaciones que llevan en su nombre aspectos marianos específicos como la Asunción, la Inmaculada, la Visitación, los Dolores…

Marcelino nos dio el nombre de María. Así, sin más: simplemente María, la del evangelio, la que la Iglesia venera y el pueblo invoca. Nunca pidió a los hermanos propagar una imagen o devoción concreta: nos insistió en que la conociéramos y la hiciéramos conocer y amar. Y esto creo que encierra una gran riqueza: nos evita encerrarnos en un posible capillismo y nos abre a la iglesia universal.

Esa María del evangelio que nos inspira a los maristas es simplemente María, la mujer de los mil nombres y de las mil representaciones, las patronas de nuestros pueblos y las de las ermitas donde la gente peregrina, la que llena nuestros calendarios y se nos ofrece en todo tipo de estatuas y pinturas. La experiencia mariana de Marcelino va más allá de una imagen concreta; y el reto que nosotros tenemos es vivir esta experiencia mariana, profundizarla, actualizarla, purificarla y transmitirla.

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